Hoy, Ramón Gaya sigue siendo el mismo. Su sensibilidad, abierta y crítica, permanece alerta. Mira y juzga con la misma fidelidad a lo que la
pintura ha representado para él a lo largo de su fecunda y larga vida.
Y su mano no tiembla al ir adelgazando la pincelada y al ir dejando sobre la tela, cada vez más blanca, algo que evoca las palabras de Alberti
a propósito de Velázquez, tan amado por Ramón: el roce fugaz de un ala perdurable.
(...) Supo ver, -cuando era casi imposible verlo, cuando decirlo era como una grave herejía-, la vaciedad de mucho de lo que se llamaba vanguardia,
y volvió –y ahí sigue- a la pintura eterna. La que palpita en sus dioses mayores: Tiziano, Velázquez, Rembrandt…
Pero sabe muy bien que admirar no es copiar. Que la verdadera devoción es meterse dentro; rehacer desde lo oscuro de la conciencia creadora de
cada momento la luz – cegadora luz- que iluminó al maestro a quien se admira en el instante de la pincelada definitiva.
(...) En cada pincelada late un pensamiento, en cada tono se decanta un tiempo, un sentimiento. Con pinceladas largas y toques breves, sobre el blanco
del lienzo o del papel, ha ido desgranando, y en los últimos años, una especie de quinta-esencia de todo cuanto pintó a lo largo de un tiempo que,
quizás, no le fue favorable (...)
Alfonso E. Pérez Sánchez
"El hoy de Ramón Gaya"
Fragmentos extraídos de "La Obra Pictórica de Ramón Gaya en Murcia".
Publicado en febrero de 2000.