MUSEO RAMÓN GAYA. AYUNTAMIENTO DE MURCIA

Segundo nacimiento

La Verónica de Salzillo. 1975. Óleo/lienzo. 74 c 60 cm.         Pocas personas hallaremos con una despreocupación más real, sincera y humilde hacia la historia y los datos históricos, hacia las biografías, hacia todo aquello que forman la una y las otras, y por extensión hacia los historiadores y los biógrafos. No se trata de un desinterés aprendido o arrogante u originalista, ni siquiera de ese descuido natural que adorna la cabeza de algunos hombres superiores y sabios, que les hace divertidamente despistados. Hablamos de alguien para quien las cosas o suceden como para los demás de una manera lineal, progresiva, escalonada, fruto o consecuencia de unos causas y causa de otras mil consecuencias, sino de quien entiende que todo lo que lleva el nombre de vida aparece en un presente único, revalidado a cada instante, y más cuando hablamos de arte, que es, cuando es arte natural y no arte artístico, historiable, y estudiable, como tantas veces nos ha insistido en sus escritos, algo que viene siempre sucediendo en el momento único del presente, pleno de realidad y duradero.

        (...) (Altamira, Van Eyck, Murillo, Picasso y tantas otras obras (...) ninguno de estos nombres, decimos representa otra cosa que a sí mismo. No ha vivido uno en la prehistoria, otro en la Edad Media o en el Barroco o en la modernidad. >Masaccio, Donatello, Miguel Ángel>, nos recuerda el propio Gaya, <no son “genitori” ni “figli” del Renacimiento: no están en absoluto emparentados con él, ni siquiera han tomado parte en él; ellos han trabajado solos, separados, aislados, y por su propia cuenta y razón, por su propia y enigmática razón fatal de creadores intemporales, sin fecha ni sitio>. De ese modo es como entiende Ramón Gaya el arte, como ha entendido su propia vida intemporal: algo que ha tenido que hacerse único y solo, abandonado de todo (...)

[…]

La acequia. 1977. Gouache/papel. 31 x 24 cm.         ¿Qué valor hemos de dar a esa otra fecha, la segunda, en la vida del pintor Ramón Gaya, 19 de Junio de 1952, anotada por él tan minuciosamente? ¿Cómo, él, tan desatento hacia la historia, hacia su biografía, hacia todas las fechas, propias y ajenas, nos dio ésta? Sin duda, porque quiso consignar su segundo nacimiento. No fue una resurrección, puesto que no había muerto, no fue un ,<alta>, como se les da a los enfermos, tras la convalecencia. ,<1952. México, 19 de junio. Salida de México>. Tampoco guarda relación con la salida de un país que lo había acogido a él, como a tantos españoles, tras la dolorosa experiencia de la guerra y con el que el pintor mostró sincera gratitud... Ramón Gaya para quien un día es igual a otro sin excepción, y un año a otro, anota en ese 19 de junio más que una salida, una entrada; en Europa, desde luego, pero sobre todo, en la pintura.

        (...) Trece años de exilio en un país en el que no existía pintura, huérfano del todo y condenado a buscarla en láminas y libros y, desde luego, en su propia obra, obligado a ser padre e hijo de sí mismo para sobrevivir.

        Así que asistimos al segundo nacimiento de un hombre que con cuarenta y un años llega a la vida con avidez sobrehumana, o mejor, con hambres muy antiguas, muy fraguadas diríamos. ,<De un vacío insaciable> hablará para explicar, años después, sus reiteradas visitas al Prado, su roca española.

Batalla de samurais. 1986. Óleo/lienzo. 60 x 72 cm.         La crónica de ese nacimiento la tenemos en un documento excepcional, feliz y único no sólo de la pintura, sino de la literatura española, su Diario de un pintor. Se trata del relato de un año completo, del 18 de junio de 1952 al 18 de junio de 1953, de su salida de México a su vuelta a él. Entre una y otra fecha nos aguardan París, Venecia, Florencia, Verona, Padua y Lisboa. El arte, la pintura, ocupan, claro, un lugar preeminente en esas páginas, pero su autor (...) no ha querido hurtarnos por esa vez, él que tan a menudo borrará sus propias huellas, algunos detalles de su vida, sus juicios sobre los lugares, las personas reales que le acompañan o con las que azarosamente se cruza, las tratorías en las que entra, las casas y hoteles en los que vive, los teatros o museos a los que acude. (...) ese diario es una sostenida confesión íntima, arrancada a la realidad, la novela en la que incluso él mismo asoma, como vemos que hacen los pintores antiguos en el rincón que se reservan de sus cuadros.

        Es, desde luego, el testimonio de una restitución. Quizá debamos verlo así: el esfuerzo que un hombre, nada amante de las cronologías, hace para devolver una parte de lo que la vida misma acaba de entregarle, cuando trece años de oscuridad y ayuno bien hubieran podido dar lugar a otros trece.

        La peregrinación, a él que era peregrino ya de otra realidad, le ha cambiado. ,<Una ciudad después de otra, un lugar después de otro, por muy diferentes que pudieran ser, no me habían producido nunca ese corte, esa separación de ahora>, nos dice al abandonar Venecia para irse a París. ,<Pero aquí, después de tres meses largos, soy otra persona>, reconoce.

        Hemos asistido al nacimiento de alguien a quien el regreso ha transformado, y que a partir de ese momento vivirá su segunda vida, sin tiempo, sin lugares, sin fechas rotando siempre, en esa perpetua derrota o travesía que es toda la vida consciente.

        (...) Pisa por primera vez suelo español el día cuatro de marzo. El día cinco hallamos esta sola anotación en su agenda: ,<Museo del Prado>. Es, lo decimos, un regreso a la pintura, una actualización de su presente, sin pérdida de tiempo, sin deleitarse en el futuro ni dolerse en el pasado. (...)

Homenaje a Turner. 1979. Óleo/lienzo. 60 x 73 cm.         Desde esa fecha, 1960, el pintor, con irregular, intermitencia, siempre azarosa, volverá a España desde Roma, donde fija su residencia. Le veremos en Barcelona, luego en Valencia, en Madrid, en Murcia… Las fechas empiezan ya a no tener importancia, las estancias en Italia serán cada vez más breves y más largas las que pasará en España, sin que por ello se hayan interrumpido los viajes a París, a Ámsterdam, a Aix o a Venecia. La vida, al fin, ha alcanzado la precisa rutina para todo crear. (...) El pintor pinta, escribe, vuelve a estar en lo suyo. El tiempo, las fechas, empiezan otra vez a no tener importancia, a confundirse, a un travieso baile de números. Todo, una vez más, ha alcanzado el presente, donde las cosas, si están vivas, ni suceden ni se suceden, sino que están.

Andrés Trapiello

Fragmentos extraídos de "La Obra Pictórica de Ramón Gaya en Murcia".
Publicado en febrero de 2000.


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