Obras invitadas
La sección «Obras Invitadas» del Museo Ramón Gaya reúne piezas prestadas temporalmente por colecciones privadas, permitiendo a los visitantes acercarse a un patrimonio artístico excepcional. En su mayoría, estas obras pertenecen a Ramón Gaya o a pintores a los que admiraba, estableciendo un diálogo entre su legado y el de aquellos artistas que influyeron en su visión del arte.
A través de esta iniciativa, el museo enriquece su colección permanente y ofrece una perspectiva más amplia sobre la obra de Gaya y su contexto artístico. Cada pieza expuesta se acompaña de información detallada que permite comprender su relevancia y el vínculo que mantiene con la sensibilidad y pensamiento del pintor murciano.
Interior, 1928. Ramón Gaya
Nos encontramos ante una obra temprana de Ramón Gaya, pintada en 1928, cuando el artista apenas tenía 17 años. A pesar de su juventud, su talento ya era reconocido y celebrado por sus contemporáneos.
Ese mismo año, en una conversación entre Jorge Guillén y Cristóbal Hall, surge un comentario revelador. Guillén, sorprendido, pregunta:
—¿No es demasiado perfecto para ser obra de un muchacho tan joven?
A lo que Hall responde:
—No, aquí no hay ningún truco pictórico. Cómo está resuelto todo, es admirable.
Juan Ramón Jiménez también expresó su admiración por el joven pintor murciano, afirmando que Gaya supo “levantarse en su rincón murciano, como árbol de patio, a recibir en el pensamiento agudizado la luz libre del mundo en hora”.
Por su parte, el crítico Sebastián Gasch señaló que en las obras cercanas a 1927 ya se adivinaba “una mayor cordialidad, un temperamento más expansivo, un afán creciente de libertad”. En estas telas, añade, “la fantasía y la imaginación juegan un papel importantísimo. Un equilibrio plástico, un ritmo arquitectónico, las presiden en todo momento”.
Sorprendentemente, no mucho tiempo después, Ramón Gaya abandonaría esta línea de pintura de vanguardia para iniciar un camino más personal y reflexivo, alejándose de las modas y buscando una expresión artística más profunda y atemporal.
Café Florian, 1954. Ramón Gaya
Este mes de junio nos trae la obra de Ramón Gaya Café Florian, de 1954. El mítico Café Florian de Venecia presume de ser el café más antiguo de Italia y el segundo más antiguo de Europa. También es legendario. Este café veneciano fue el lugar de reunión de algunos de los escritores más venerados de la historia, como Goethe, Lord Byron y Charles Dickens.
Era lugar frecuentado por Ramón Gaya. Allí se cobijaba de la lluvia, como anota en su diario:
«Lluvia. Toda la mañana en el Florian. Por la tarde reaparecen las viejas señoras venecianas que ya conozco y he tratado de dibujar. Abrigos de piel muy viejos, joyas antiguas, sombreros un tanto reformados. No se hablan apenas; pero no se odian ya, están muy desgastadas. A una de ellas, el camarero se dirige invariablemente con un “señora marquesa” que lo remueve todo un poco».
En el Florian Ramón Gaya era un observador, quieto, en silencio y en soledad. Dibujó a los clientes y clientas charlando, tomando café, conversando; escribió numerosas cartas a sus amigos…
En otra entrada de su diario, en febrero anota: «En este momento, desde el café Florian, a las cuatro de la tarde, la Piazza está blanca por completo, de nieve, y sigue nevando fuerte». Un 29 de marzo escribe: «Pinto en la mujer del Florian». Y otro día: «Tarde en el Florian, las viejas magníficas, los sombreros reformados».
Existe una serie de obras solo del Florian, de su interior, de los visitantes, las mesas… Son muchos los dibujos y pasteles que hizo allí y que darían para una magnífica exposición.
El merendero de Chapultepec, 1948. Ramón Gaya

Ante la ‘crisis de lo humano’, escribía Ramón Gaya: ‘la naturaleza sorprendente cada mañana, absolutamente inédita, nueva y fiel’.
El parque de Chapultepec aparece en muchas ocasiones en la pintura de Ramón Gaya: ‘yo no repito, insisto’, dirá. Se dedicó a observar el agua, esa realidad boca abajo de la que decía <<El reflejo en el agua no es nunca una copia, sino algo directo y original; esa imagen de una realidad boca abajo que ofrece el agua, no repite tontamente las cosas que están arriba, en pie, inmersas en el aire; nos muestra un rostro suyo que no es más que suyo, único, absolutamente inédito>>. Pintó también las barcas y sus paseantes o el merenderero, como es el caso que nos ocupa. Y es que el pintor – en su exilio forzoso- se refugió en el inmenso parque de Chapultepec , el mayor bosque urbano de América Latina. Fue un lugar de recogimiento, de silencio entre el ruido y las pérdidas causadas por una contienda que aún resonaba en él.
Dos rosas, 1995. Ramón Gaya

¡Qué poco necesita Ramón Gaya para tejer una obra! En su última etapa, la de la madurez, el pintor deja el fondo del lienzo o del papel prácticamente intacto, sin el más mínimo rastro de pintura. Pero ese espacio vacío no es ausencia, no es un territorio inerte: es un lugar transitable, un espacio vivo. El vacío, lejos de ser nada, es el punto de apoyo donde las formas encuentran su sitio, donde la mirada respira.
No fue un proceso inmediato. Le llevó mucho tiempo llegar a esta desnudez esencial, a ese acto de depuración que consiste en quitar más que en añadir. Porque, como bien escribió en uno de sus poemas:
«Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar; y, trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.»
III Homenaje a Van Gogh, 1975. Ramón Gaya

La pintura destaca por una inusual composición vertical, que nos adentra en el interior de la casa-estudio del pintor. Su profundidad se amplifica mediante un juego de espejos que añade una dimensión intrigante y envolvente.
Gaya utiliza pocos elementos para construir una atmósfera cálida y acogedora: una silla de anea, una mesa, una tela, un plato con granadas, un vaso con rosas marchitándose, un espejo y una reproducción de un paisaje de Van Gogh.
La composición, sencilla en apariencia, evoca un altar casi místico o sagrado, donde lo cotidiano se convierte en un espacio de comunión íntima entre el pintor con el arte del pasado.
El Palatino, 1958. Ramón Gaya

En 1956, a las pocas semanas de su llegada desde México, Ramón Gaya alquila el que será su primer estudio en la Ciudad Eterna, en Via Margutta. Tiempo después comprará una casa en Vicolo del Giglio (donde una placa conmemorativa lo recuerda).
En Roma hubo un tiempo en que se veía casi a diario con María Zambrano en el café Greco, la Piazza di Spagna, la Via del Babuino, en la frutería o la trattoría…
Roma -nos dirá Gaya- es, en efecto, eterna, porque Roma es tierra, la tierra, la tierra firme, el suelo. En pocos lugares podremos sentirnos tan «cercados» por la vida sin paliativos, descarada, cruda, pero como «acunados» también por esa misma vida monda y lironda.
Muchos son los cuadros pintados en Roma, no solo en el interior de su casa, también en rincones de la ciudad, como el Castillo de Sant’Angelo reflejado en el agua, ruinas romanas, el Foro o este que mostramos en el Museo como cuadro invitado.
El fiume, 1998. Ramón Gaya

Del Partenón, 2001. Ramón Gaya

Flores para el niño de Vallecas, 2002. Ramón Gaya
Homenaje a Vincent. 1990. Ramón Gaya
Para Ramón Gaya, Cézanne era -junto a Van Gogh- el pintor ‘de más consistencia en la pintura moderna’. Son muchos los homenajes que hizo el murciano al pintor neerlandés por el cual sentían verdadera admiración. Van Gogh -nos decía Gaya- está inmerso en la genialidad. Una jarra con rosas y un libro abierto, donde se aprecia ‘Los carboneros’ de Van Gogh, le bastan a Gaya para comunicarse con los pintores de antaño, para dar continuidad a ese hilo ininterrumpido de la Pintura.
Retrato de Rosales, 2001. Ramón Gaya
Ramón Gaya ‘Retrato de Rosales’. Gouache sobre papel. 2001. Colección particular
Dentro de la exposición ‘RAMÓN GAYA EDUARDO ROSALES, EL ÚLTIMO GRAN PINTOR’ -y como hicimos el pasado mes- incluimos una nueva obra.
Se trata del retrato de Rosales pintado por Gaya y que sirvió como imagen del ‘Año Rosales (150 aniversario de su muerte)’.
Este homenaje lo pinta Ramón Gaya casi al final de sus días, cuando tiene 91 años y cumpliendo esa máxima suya de ‘los escritores deben morir escribiendo y los pintores pintando’.
Homenaje a Van Gogh y Cézanne con Hiroshigue de fondo, 1987. Ramón Gaya
Obra de Eduardo Rosales
La Tormenta de Hiroshige, 1945. Ramón Gaya