Con motivo del vigésimo aniversario del fallecimiento de Ramón Gaya, presentamos una pequeña muestra dedicada a sus últimas obras. Aquellas que el pintor realizó con más de noventa años, cuando apenas podía hablar y su salud estaba profundamente quebrantada. Y, sin embargo, aún encontró fuerzas para seguir pintando, para entregarse una vez más a aquello que fue su pasión y su razón de ser, la Pintura.
Son obras de trazo tembloroso, pero cargadas de una intensidad conmovedora. En ellas se percibe la conciencia del final, la culminación de todo un camino, de una vida entera consagrada al oficio de pintor. Son cuadros íntimos, domésticos, realizados en su casa de Valencia, donde pinta sus últimos homenajes, unas flores, unos objetos sencillos, que se transforman en su manera de decir la vida, de cantarla una vez más. Así, Ramón Gaya cierra su obra como siempre vivió, celebrando, a pesar de la tragedia, la belleza y la plenitud de estar en el mundo. El pintor acabó sus días cumpliendo esa máxima que tantas veces repitió: «los escritores deben morir escribiendo y los pintores, pintando».
Son obras de trazo tembloroso, pero cargadas de una intensidad conmovedora. En ellas se percibe la conciencia del final, la culminación de todo un camino, de una vida entera consagrada al oficio de pintor. Son cuadros íntimos, domésticos, realizados en su casa de Valencia, donde pinta sus últimos homenajes, unas flores, unos objetos sencillos, que se transforman en su manera de decir la vida, de cantarla una vez más. Así, Ramón Gaya cierra su obra como siempre vivió, celebrando, a pesar de la tragedia, la belleza y la plenitud de estar en el mundo. El pintor acabó sus días cumpliendo esa máxima que tantas veces repitió: «los escritores deben morir escribiendo y los pintores, pintando».
El último Gaya
Sala Casa-estudio, segunda planta de la colección permanente.
Sala Casa-estudio, segunda planta de la colección permanente.
«Yo creo que los escritores deben morir escribiendo y los pintores, pintando».
RAMÓN GAYA